viernes, 10 de julio de 2009

El Informe Manila en el blog de Máría Arias

Mi novela “El Informe Manila” está ya incluida en el blog de promociones literarias de María Arias, la mujer encargada de su promoción en los medios de comunicación gallegos que tan buena disposición mostraron hacia mi novela.
María Arias incluye en su blog algunas de las entrevistas que me han hecho en la prensa escrita gallega y de León.

El enlace para esa página es
http://mariaariaspromos2001.blogspot.com/
Todos los seguidores de “El Informe Manila” podréis saber más sobre la novela en la entrada que María Arias publicó en su blog.

lunes, 1 de junio de 2009

Los orígenes de El Informe Manila

en la primavera de 2005 publiqué en MR Ediciones, con Pablo Álvarez como editor, “El Informe Manila”, después de entregar el original antes de la navidad del 2004. Tras casi un año de investigación sobre el personaje principal, Isabel Barreto de Mendaña, y de las circunstancias que la llevaron a viajar por el Pacífico, por aquel entonces llamado Mar del Sur, acompañando a su marido Álvaro de Mendaña y Neira que quería volver al archipiélago de las islas Salomón que él mismo había descubierto en 1565, estuve escriviendo durante casi otro año.
No es muy amplia la información biográfica de Isabel Barreto. Apenas un puñado de datos que tienen que ver sobre todo con el viaje a las islas Salomón, su familia y orígenes, los Barreto eran gallegos que “emigraron” a Perú para hacer fortuna, y su matrimonio con un hombre que casi le duplicaba la edad, algo que por otra parte era frecuente en aquellos tiempos ya que los hombres gastaban los mejores años de su vida en conquistar “fortuna y gloria”.
Para escribir la novela “El Informe Manila” me apoyé en la breve biografía de Isabel Barreto, en las noticias sobre el primer viaje de Mendaña a las Salomón, en los escritos de Fernández de Quirós, piloto del viaje de Isabel, y en la documentación histórica sobre la sociedad y la vida cotidiana en La Ciudad de los Reyes, primer nombre de Lima.
Documentarse sobre un acontecimiento histórico es un verdadero viaje, no solo en el tiempo. Al final, la novela “El Informe Manila” es un libro de viajes, una novela histórica y una aventura equinocial. “El Informe Manila” no ha parado de darme satisfacciones desde que me enfrenté al libro el primer día que dediqué a documentarme. Después de su publicación en 2005, las alegrías me las transmiten los lectores.

viernes, 1 de mayo de 2009

Premio Alfonso X de Novela Histórica 2005

Mañana conocerá ganador V Premio Novela Histórica Alfonso X Sabio

TOLEDO, 24 Feb. (EUROPA PRESS)

El jurado del V Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio, convocado por MR Ediciones (Grupo Planeta) y Caja Castilla-La Mancha (CCM), dará a conocer al galardonado en esta edición en el transcurso de una cena de gala que se celebrará este viernes en la Academia de Infantería de Toledo. Los miembros del jurado han seleccionado en los últimos días los seis finalistas que optan a conseguir el galardón, de entre las 203 obras presentadas.
En esta edición, el premio está dotado con 42.000 euros para la novela ganadora y con 12.000 euros para la novela finalista. El objetivo de este certamen es promover la creación y divulgación de novelas que ayuden al lector en el conocimiento de la Historia.El jurado --integrado por Ana María Matute, Eugenia Rico, Soledad Puértolas, Fernando G. Delgado, Juan Sisinio Pérez Garzón, Felipe Pedraza Jiménez, Martín Molina y Pablo Álvarez (director de MR ediciones como secretario del jurado sin voto)-- ha seleccionado seis obras.Los finalistas son 'El informe Manila' de Stephen Maturín (seudónimo), 'La lengua de Dios' de El Arbitrista (seudónimo), 'Romance de ciego' de Leticia-Marieta (seudónimo), 'La brújula del almirante' de Alexander Deyman (seudónimo), 'La ruta de las tormentas' de Titus (seudónimo) y 'Las Lágrimas de Karseb' de Julio Murillo Llerda

martes, 20 de enero de 2009

Índice de la novela y Primer Capítulo

Indice

1. El espía del rey
2. La Ciudad de los Reyes
3. El corsario inglés
4. La sonrisa de la ambición
5. Dispuesta la flota
6. El inicio de la jornada
7. El Mar del Sur
8. El paraíso que no llega
9. El segundo informe
10. ¿Las islas Salomón?
11. Corre la sangre
12. Justicia y muerte
13. La mujer almirante
14. La reina de Saba
15. Epílogo



1.EL ESPÍA DEL REY

Caía la tarde. La habitación se encontraba en penumbra. Las grandes y gruesas cortinas a duras penas dejaban filtrar la luz. El ambiente estaba enrarecido por un olor hediondo. En una esquina de la estancia, dos personajes cuchicheaban sin que trascendiera nada de lo que se decían. Eran Juan Gómez de Sanabria y Cristóbal Pérez de Hera, médicos de profesión. Habían pasado buena parte de la noche y toda la mañana poniendo en práctica sus conocimientos científicos para intentar conseguir que su paciente se sintiera aliviado de los intensos dolores que sufría, buscando, al mismo tiempo, nuevas variantes en los remedios que le aplicaban para cambiar el curso de una ya larga y penosa enfermedad. El agotamiento por una prolongada vigilia hacía mella en sus caras pero no podían relajarse, en cualquier momento el dolor podría aparecer de nuevo interrumpiendo, una vez más, el descanso de Su Majestad, obligándoles a la aplicación de más ungüentos sobre aquellas piernas desfiguradas por las llagas y las heridas purulentas, debidas a la continuada postración provocada por la enfermedad más característica de la época entre los hombres ricos y poderosos, la gota.
Felipe II abrió los ojos. Los corazones de Gómez de Sanabria y Pérez de Hera se aceleraron y sus bocas enmudecieron. Buscaron, en un instante, la mirada del hombre más poderoso de la tierra que yacía ante ellos, extenuado, en un lecho de dolor. Durante horas, las fuertes mandíbulas del rey habían permanecido firmemente apretadas una contra otra, en un intento inútil de aplacar el dolor que sufría y de evitar que este se hiciera notorio ante los oídos y las miradas de médicos y sirvientes. No es que en la última hora hubiese descansado, es que el agotamiento había podido incluso con el dolor. Ahora, su real mirada era más serena. La crisis había pasado.
- Llamad a mi confesor –ordenó. Su voz profunda y segura aún mantenía la dignidad real donde le correspondía, como si la visión de sus propias piernas, llenas de inmundicias y desnudas por no poder soportar ni siquiera el contacto de una sábana, no fuesen con él.
Jean L’Hermite, el ayudante de cámara de Su Majestad, como impulsado por un resorte trasmitió la orden a un mozo para que localizara de inmediato al confesor del rey. Pocos minutos más tarde, los lanceros que custodiaban la estancia dejaban paso al confesor, que acudió apresurado hasta los pies de la cama en la que se encontraba el rey.
- Fray Diego –dijo el rey. Leedme las sagradas escrituras, me hará bien.
- Como gustéis, Majestad –respondió el confesor.
Fray Diego de Yepes, confesor de Felipe II, abrió las sagradas escrituras por el Nuevo Testamento. Después de tanto sufrimiento, quería reconfortar al rey con una de sus lecturas predilectas, la Pasión según San Mateo, y se dispuso a leer.

Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz de Jesús. Al llegar al lugar llamado Gólgota, esto es, el lugar de la Calavera, dieron a Jesús vino mezclado con hiel para que lo bebiera…

El rey Felipe II estuvo atento a la lectura. Algo más que eso, parecía sufrir más con la pasión de Cristo que con la suya propia. Cuando sintió que las fuerzas le faltaban para seguir escuchando con atención pidió a fray Diego que se acercara que quería confesarse.

El verano había sido muy caluroso en Madrid y aquel día de septiembre no era una excepción. El atardecer era bienvenido por si con él llegaba alguna ligera brisa que refrescara el ambiente. Sobre los imponentes muros del Alcázar el sol dibujaba tonalidades ocres y doradas mientras los pendones y las banderas se desperezaban.
El bullicio y la agitación en las calles era la nota dominante. Las mujeres apuraban, con los cántaros en brazos, hacia las fuentes más próximas para hacer acopio de agua fresca para la noche. Los niños corrían de un lado a otro de las calles en juegos interminables y sin desfallecer, cuando no tenían tomadas las fuentes como si de baños públicos se tratara, para mitigar el calor. La Calle Mayor, La Plaza de la Encarnación, la de la Cebada, la de Santa Ana y la Puerta del Sol, así como sus respectivos aledaños, estaban repletos de vendedores ambulantes que promocionaban sus productos a viva voz. Los caballeros nobles deambulaban sobre hermosos corceles por los paseos y alamedas del Prado intentando deslumbrar a damas de alta cuna o a poderosas cortesanas que, dentro de sus suntuosos carruajes, observaban el trajín con indolencia o, por el contrario, con evidente sonrojo.

A las ocho de la tarde, el rey pidió que se encendieran las luces de la estancia. Los tapices que colgaban de las paredes adquirieron vida con los reflejos de las centelleantes lámparas. Quería que todo estuviera dispuesto para la llegada de su privado con quien debía despachar los asuntos del reino. Esa tarde se acumulaba el trabajo al haberse sentido indispuesto toda la mañana. El rey Felipe II quería controlar, como había hecho durante cada día de su reinado, todos los acontecimientos de tan basto imperio. Para ello disponía de un reducido grupo de hombres a los que confiaba diferentes responsabilidades. De entre todos ellos, su brazo derecho, el hombre de máxima confianza en la Junta de Gobierno era el portugués Cristóbal de Moura que, puntual a su cita, entraba en las habitaciones reales y saludaba al rey Felipe.
- Majestad –dijo de Moura haciendo una reverencia cuando se encontraba a diez pasos del rey.
- Adelante de amigo de Moura –contestó el rey. ¿Cómo está mi imperio? ¿Qué noticias me traéis? –preguntó Su Majestad.
- Majestad ¿cómo os encontráis vos? –preguntó el ministro.
- Jesucristo Nuestro Señor sufrió mucho más en su calvario para redimirnos, querido de Moura –respondió el rey.
- Majestad –Cristóbal de Moura entró de lleno en los temas concernientes al imperio- los Tercios están teniendo bastantes dificultades en la Picardía. Enrique IV está tomando posiciones ventajosas cerca de Amiens. ¿No sería bueno ir pensando en la paz con los franceses?
- Tal vez tengáis razón, pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Los Tercios quizás tampoco fallen en este envite y entonces otras serán las condiciones.
- Le recuerdo con dolor y preocupación Majestad, que en todo el año pasado no han recibido la soldada a causa de la bancarrota, y que en este año ya se les adeudan casi seis meses. La tropa está recelosa y nuestros oficiales no encuentran con qué darles satisfacción.
- Sabe usted muy bien Cristóbal de Moura, que nuestros problemas económicos son debidos a los inmorales e injustos intereses que nos cobran los banqueros prestamistas. Pronto llegará la flota de América y paliaremos la situación. Por cierto, ¿qué noticias tenemos de la armada? ¿Está lista para atacar a los ingleses? No quiero otro fracaso.
Cristóbal de Moura temía apesadumbrar al rey pero, sobre todo, temía su cólera. Era consciente de que en los últimos meses se había suavizado su carácter, quizás como fruto del dolor, o simplemente a causa del natural agotamiento de un hombre septuagenario que había vivido sin descanso, con muchos frentes abiertos en los terrenos político, militar y personal.
- Los navíos están prestos a partir bajo el mando del capitán Martín de Padilla. De momento el tiempo no es favorable y con la demora se pretenden evitar los contratiempos que nos llevaron al fracaso de hace un año.
- Nuestros aliados irlandeses nos apremian –dijo el rey, y no debemos desampararlos ante las garras de la colérica y codiciosa Isabel. Que los barcos salgan cuanto antes. ¿Algo más de importancia para hoy, de Moura?
- Nada que no pueda ser despachado mañana Majestad, Quizás debáis descansar. Sólo una cosa más… Acabamos de recibir este informe de “entregar en mano a S.M. el Rey” de uno de vuestros embajadores especiales. Os lo dejo sobre la mesa y tal vez mañana podáis dedicarle algún tiempo.
- ¿Quién lo envía?
- Debo romper el sello para saberlo señor.
- Hacedlo ahora.
- Procede de Manila Majestad y lo firma… el capitán Antonio García de Melo.

La mención de aquel nombre por parte del ministro causó una profunda impresión en Felipe II. El rey, con el informe ya en sus manos, estaba entusiasmado al tener noticias de uno de sus hombres favoritos en el espionaje imperial. Gozaba el rey de una magnífica memoria, tanto es así que, a pesar de su enfermedad que tanto le trastornaba y de su avanzada edad, presumía de recordar nombres y caras de personas que solamente habían estado ante su presencia en una única ocasión.
Recordaba perfectamente Felipe II que el capitán Antonio García de Melo había sido enviado por él mismo al virreinato del Perú, para que le diera cuenta de cómo se encontraba aquel y de que prestara atención especial en lo concerniente al viaje de exploración y redescubrimiento de las islas de Salomón en el Mar del Sur. El Adelantado Álvaro de Mendaña, descubridor de aquellas islas en 1568, había sido encomendado en una nueva capitulación otorgada el 27 de abril de 1573, para un nuevo viaje que veinte años más tarde aún no se había realizado. El rey, en la década de los años noventa, había apremiado al virrey a que hiciera todo lo posible por incrementar los territorios de la corona acercando a la verdadera fe católica los nuevos dominios que se derivasen de tales empresas. Y, sobre todo, que procurasen el mayor aporte posible de oro y plata para las mermadas arcas reales, tan necesitadas de ingresos con los que poder mantener los múltiples frentes abiertos. La defensa de la fe católica contra el calvinismo y el luteranismo en los países del Imperio, la permanente lucha contra el turco, las interminables guerras con Francia y la codicia y ambición de Isabel de Inglaterra que, con sus alianzas para segregar Portugal del reino de España, con sus apoyos a los Países Bajos en su lucha contra los Tercios españoles y con el incesante y efectivo apoyo a los corsarios para que atacaran a la flota de indias y a las ciudades de ultramar, se había convertido en la enemiga a ultranza de la corona. Todo ello había dejado en la bancarrota, en varias ocasiones, la hacienda del monarca cristiano, era por tanto, imprescindible que de los virreinatos llegara más aporte de riquezas.
El rey tenía motivos para emocionarse al tener noticias de Antonio García de Melo. Tal vez ahí se encontrasen algunas respuestas a sus problemas financieros. Tal vez se abrieran nuevos horizontes para ese gran imperio, presente en todos los mares y continentes conocidos del planeta. Además, sentía una predilección por aquel hombre, aquel soldado que tan valerosamente había luchado en Flandes bajo las órdenes directas de Alejandro Farnesio y que había demostrado cualidades de negociador al intervenir en las luchas de la Liga católica contra los hugonotes calvinistas que pretendían, y al final consiguieron, colocar al rey de Navarra, Enrique de Borbón, como rey de Francia, a la postre Enrique IV.
El rey dejó a un lado el informe y abrió la carta de García de Melo.

Majestad:
Que no os sorprenda mi presencia en las islas que llevan vuestro nombre. El trabajo que me encomendasteis hace ya tres años, sumado a determinadas circunstancias a las que hago referencia en mi informe, me ha traído hasta Manila donde, a sabiendas de la inmediata partida de un galeón hacia Nueva España, me he puesto a escribir la primera parte para que estuviese en vuestras manos, junto a esta carta, con la mayor premura.
En el informe que os adjunto, encontraréis noticias sobre la Ciudad de los Reyes y sobre el virreinato del Perú del que es capital. Me he dedicado con especial atención, tal como me habíais pedido, al seguimiento y decurso de los hechos que tuvieran que ver con el viaje del Adelantado Álvaro de Mendaña a las islas Salomón. Y fueron precisamente esas circunstancias las que me han traído hasta las islas Filipinas.
He investigado a las personas que han tenido que ver directa o indirectamente con los hechos de los que os doy noticia. Toda la información que he recabado me ha llevado a considerar como persona de importancia capital en todo momento, es decir, antes, durante y hasta el desenlace de esta historia, a una mujer. Leéis bien Majestad, una mujer. Se trata de Isabel Barreto de Mendaña, esposa del Adelantado don Álvaro de Mendaña y Neira e hija de Nuño Rodríguez de Barreto y Mariana de Castro, nobles procedentes de tierras gallegas que llegaron a la Ciudad de los Reyes, con licencia vuestra, donde fundaron una numerosa familia.
Como os decía, Majestad, este informe no es completo, tanto por la premura en haceros llegar la primera parte, como por las necesarias medidas de seguridad que me obligan a enviaros el desenlace por una vía diferente. La segunda parte estará en vuestras manos, Dios mediante, poco después de que recibáis la presente.
Rezo a Dios por Su Majestad.
En Manila, dos de marzo de 1596.
Capitán Antonio García de Melo.

Era ya de noche y en las calles de Madrid se había hecho la calma. Las tabernas y mesones despachaban cocidos, longanizas y hogazas de pan regadas con mucho y buen vino de la comarca a clientes y gente de paso. En otras posadas con peor nota, la música sonaba al ritmo de laúdes y guitarras mientras dadivosas y alegres mujeres servían vino mezclado con agua a cambio de unos cuantos vellones. De las calles se habían apoderado las tinieblas. Únicamente embozados, profesionales del acero y del rendir cuentas a sueldo de algún poderoso, se atrevían, pues aquellos tienen por cómplice la oscuridad casi absoluta que domina completamente las noches de la capital del mundo, un poblacho que crecía desmesuradamente al socaire de la Corte, muy poderosa ella, pero que empezaba a evidenciar un futuro de decadencia que quizás costase mucho frenar. Patrullas de alguaciles con antorchas hacían sus rondas nocturnas y algún que otro carruaje de persona importante, perfectamente escoltado por criados muy armados, rompía el silencio y cortaba la oscuridad con sus linternas.

domingo, 18 de enero de 2009


"El informe Manila"
Pemón Bouzas

Colección: MR Novela Histórica
328 páginas
Precio: 20 €
ISBN: 978-84-270-3148-7
Tapa dura 23,5x15,5 cm


Mayo 2005


En el siglo XVI, la intrépida Isabel Barreto luchó contra los prejuicios de su época para comerciar con las sedas y las especias de ese fascinante imperio llamado China. A la venta el 10 de mayo


Sinopsis:


El descubrimiento de América marcó el inicio de una serie de conquistas por todo el orbe que supusieron que bajo la corte de Felipe II España se convirtiera en un inmenso y heterogéneo imperio.

Entre estos intrépidos aventureros destacó la figura de Álvaro de Mendaña y Neira, que en 1568 descubrió, tras varios meses de dura y difícil navegación por los mares del Sur, las islas Salomón, de las que fue nombrado gobernador. De vuelta a Lima, de donde había partido, su mayor deseo era regresar a aquellas islas, empresa que se retrasó veintisiete años.

Isabel Barreto, protagonista de esta historia y esposa de Álvaro de Mendaña, resultó fundamental en los preparativos del nuevo viaje. Mujer de fuerte carácter, luchó denodadamente contra los prejuicios e inconvenientes de la época, además de superar intrigas en la corte de Lima, asaltos de cimarrones y ataques de corsarios ingleses. En la búsqueda de algo más que las riquezas que le pudiesen reportar tales islas, pretendía abrir nuevas rutas de navegación para comerciar con los productos deseados en el virreinato del Perú y codiciados por todo el mundo: las sedas y las especias de ese fascinante y desconocido imperio llamado China. El informe de Antonio García de Melo, capitán de los ejércitos españoles y espía de Felipe II, será la clave que desvelará todos los entresijos de este vibrante y épico viaje.